Quizás peco de ingenua.
Creo que todas las personas creen que actúan bien, que actúan de una manera u otra porque es las mejor opción que tienen disponible con la información que tienen. Creo que Hitler, por poner un ejemplo ampliamente conocido, creía que lo que hacía estaba bien. Me cuesta creer que alguien se levante un día y diga: “hoy voy a hacer el mal”. No conozco a nadie así, excepto en las películas.
No creo que Uribe o cualquier gobernante de turno quisiera hacer mal.
No creo que la guerrilla quisiera hacer mal.
No creo que ninguno de los protagonistas de los ejemplos anteriores sea esencialmente maligno.
Creo que la única información que tenían disponible era que hacer el bien era acabar con lo que ellos consideran mal. Fue lo que aprendieron, fue lo que aprendimos por generaciones. Aprendimos a que hay que luchar contra el mal hasta aniquilarlo. Y para ambos el otro lado encarna el mal. Y para ambos lados el fin justifica los medios. Y ambos lados creen que lo hacen por nuestro bien o, en el peor de los casos, porque entre las opciones disponibles era la menos mala.
Creo que lo mismo nos pasa entre las personas anónimas. Votamos por un espectro del abanico político seguros que sus políticas son por nuestro propio bien o que son las menos malas de las disponibles. Internamente también, luchamos por erradicar nuestras sombras, nuestro pecados.
Rechazo las teorías conspirativas. Hoy me incomodan algunos activismos. Los rechazo porque nos ponen en lugar de víctimas. Los rechazo porque, por lo general, dibujan a su oponente como “el que quiere hacernos daño”. No creo que el TLC se firmara para hacernos daño. Creo que se firmó sabiendo que habría grandes perjudicados y creyendo que el beneficio político era superior al daño social. Creo que antes de estas protestas, si su aprobación se hubiera llevado a referendo, igual se hubiera aprobado el TLC. Creo que la mayoría pensaba que era por nuestro bien. Apoyo a los campesinos, considero válida su protesta, su voz como colombianos es extremadamente valiosa. A mi el TLC como concepto siempre me incomodó. Me alegra ver a mi país desaletargarse, me entristece que en la polarización de las posiciones lleguemos a la violencia.
Igual que pasa a nivel país pasa en el interior de las familias. Tomamos decisiones, adoptamos pautas de crianza, elegimos un colegio o decidimos desescolarizar, los sometemos a un tratamiento de ortodoncia o no, los bautizamos en una fe o les inculcamos nuestras creencias antirreligiosas. Todo porque creemos que es por el bien, o al menos para minimizar el mal en nuestros hijos. Creemos saber que es lo mejor para ellos.
Igual pasa en nosotros mismos, tomamos decisiones por nuestro propio bien, o para evitar daños mayores. A nivel de nuestra economía, de nuestra salud, de nuestras relaciones, de nuestra espiritualidad. Vamos a un tipo de doctor, practicamos o no deporte, comemos vegetariano o paleo. Creemos que lo que funciona para nosotros debería funcionar para los demás.
En los tres niveles veo una necesidad de control, de predecir un futuro (gracias Ana María), de cambiar lo que hay por algo mejor. Hay una no aceptación. Muchos miedos. Un no querernos, como país, como familia, como individuos.
Queremos ser exitosos. Como país, como familia, como individuos. Y, gran parte del problema, creo yo, es que el éxito lo medimos con parámetros externos, tratando de complacer a otros, desconociendo nuestras necesidades, nuestros deseos, desconociendo nuestra autenticidad.
Yo estoy lejos de conocerme, de reconocer mis habilidades, necesidades, deseos. De acuerdo a parámetros externos he sido exitosa muchas veces en mi vida. Otras veces fracasada. Otras veces perdida. Muchas veces creo que mi necesidad es que un otro me reconozca, me apruebe. A veces aún busco autoridades externas que me respalden. Busco respuestas, soluciones y respaldos en la ciencia, en la historia, en libros, en maestros físicos o espirituales.
Creo que igual nos pasa como país. Creo que la manera de ayudar no es predicar qué es lo correcto, ni maltratar o insultar a quienes creemos equivocados. Creo que es importante permitirnos como país hacer una pausa, si es necesario dar reversa al TLC, averiguar qué necesitamos, qué queremos, independiente de lo que otros países y organismos internacionales esperen de nosotros. Como país también necesitamos hacernos responsables. Y, no, no creo que la responsabilidad se trate de hacer “lo correcto”, ni lo que le ha funcionado a otros. Quizás, para empezar, lo responsable sea aceptar que no sabemos que hacer, ni qué es lo que funciona para nosotros como país. Y acepto que la situación de crisis hace difícil parar. Y acepto que es difícil, al menos para mi, encontrar la manera de que los grupos que hacen parte del país sean escuchados, aceptados, incluídos, que tengan oportunidades de expresarse sin ser juzgados.
Esta crisis es una oportunidad única para reconocernos. Pocas veces como esta reconocemos la existencia o la importancia del campo. Siempre hemos luchado por la paz. ¿Y que pasa si dejamos de luchar por la paz? ¿Y qué pasa si escuchamos las voces de la violencia en lugar de reprimirlas? ¿Cuales serían las herramientas para escuchar nuestras voces como país? ¿Cómo podemos hacernos oir como voces en conflicto sin ponernos en el lugar de víctimas? ¿Qué pasa si en lugar de exigirles a los opuestos que acepten sus errores aceptamos que tienen algo que enseñarnos?
Lo sé, no es fácil. Aún no sé, por ejemplo, que quiere decirme la violencia que hay en mí, entre muchas otras voces….
Como es arriba, es abajo…
on 2013-08-30
with
No Comments
Leave a Reply