Parece que Valeria va a tener que repetir año. En teoría, el tema no me estresa. Somos una familia y el tema no solo me compete a mi. Para mi esposo es un fracaso. Por suerte no es un fracaso “de ella”, prefiero que me achaque a mí la reponsabilidad, a nosotros como familia y al colegio.
La situación es conflictiva para mí. Por un lado porque no dudo por un momento en que mi hija es perfecta tal y como es. Aceptando, a ratos, que ese tal y como es no siempre me gusta. Y porque sé que quizás una terapeuta pueda ayudarla con sus dificultades. Me cuesta aceptar que estas dos ideas sean compatibles: que mi hija sea perfecta como es y que necesite ayuda. Quizás porque sigo pensando en la mayoria de terapeutas, exceptuando a mis amigos gestálticos y humanistas, como personas que van a cambiar aquello que “está mal” en mi hija.
A pesar de nuestra resistencia a los terapeutas hemos decidido que se le haga una evaluación. Y eso me da miedo. Miedo a los diagnósticos, miedo a que también mi hija tenga que cargar con una etiqueta. Miedo a que las terapias en lugar de ayudarla con su dificultad específica la hagan creer que hay algo en ella defectuoso. Que aumente su miedo a equivocarse. Que, como yo hice por tanto tiempo, empiece a vivir su vida tratando de ser buena para complacer a otros, para cumplir las expectativas de otros, olvidándose de aquello importante para ella. Tengo tambien miedo porque para los dos niños de los que sé que han repetido año en su colegio, ese año repetido no ha sido útil y van por el camino de volverlo a repetir, en otro colegio. Quisiera tener la bola de cristal que me permita ver qué es lo mejor para mi hija. Porque quizás es un tema de madurez, como al parecer lo fue con mi hermano, que repitió año y a partir de ahí dejó de ser el “quedado” del salón. Pero, ¿y si no es tan simple? ¿Y si una terapia realmente puede ayudarla?
Si. También tengo miedo a repetir lo vivido con Fabián Esteban. A que le hagan un montón de terapias conductistas. A que la traten de encasillar en una etiqueta. Claro, también sé que ya no soy la misma. Que me va a ser difícil aceptar un diagnóstico, con su medicación psiquiátrica respectiva, solo porque una supuesta “autoridad” médica o psicológica lo indica. Difícilmente ahora voy a permitir creer que alguien sabe más de mi hija que ella o que yo, por más que use una terminología sofisticada.
Y me cuesta estar en el presente en esta situación. Me preocupa no tomar las decisiones “correctas”. Quizás sigo creyendo que buscar ayuda para mi hija es no aceptarla tal como es. Me cuesta trabajo aceptar la posibilidad de que una terapia, cuyas probabilidades de que tengan algo de conductismo son bastante altas, ayuden a Valeria. Tengo miedo que en esas terapias le roben su autenticidad, aquello que hace que ella sea ella. Me cuesta confiar en mí, en que ya le he dado a ella la confianza y seguridad que le permitan no dejarse manipular. Aunque repetidamente ella me ha mostrado que sí la tiene. Y bueno, también sé que puedo confiar en su criterio, que si ella se siente mal me lo dirá y podemos cambiar el rumbo, como hemos hecho antes. Y que si esa terapia no la ayuda no va a ser el fin del mundo. Que repetir el año tampoco es el fin del mundo. Por suerte con mi esposo tenemos la convicción de que el éxito académico no determina el éxito como adulto, como persona, aunque tengamos diferentes definiciones de éxito. Ambos sabemos que en muchos casos suele ser lo contrario. No queda más que ensayar, confiar en ella. Y confiar que, como siempre, estas dificultades nos traerán experiencia, aprendizajes.
Mi miedo a las etiquetas y a las terapias.
on 2013-10-20
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Yolanda Monroy
“Tenemos más profesores y menos maestros, más doctores y menos sabios; sabemos más de producción en serie y mucho menos de artesanías, más de piezas renovables concebidas para la competencia y tal vez más ciencia, pero mucho menos de LA MAGIA DE HACER LO QUE HACEMOS CON CONCIENCIA (…)”
“Las malas notas, la deserción escolar y la violencia, no son la enfermedad. Son el síntoma inequívoco de un sistema de educación profundamente enfermo. Pero más presupuesto, más tecnologías, más profesores, más ordenadores, más aulas y más clases de valores desvalorizados por el fundamentalismo del dogma, son como un parche. La enfermedad de nuestro sistema educativo es un profundo DÉFICIT DE HUMANIDAD, una pérdida de vocación por la vida. Educa para el éxito, para la competencia, para el examen, pero no para enamorarte de la vida”
Jorge Carvajal