Me declaro culpable.
He visto por mucho tiempo la superficialidad como algo a evitar. Y es que la superficialidad en mi mente se mezcla con el consumismo e incluso con la sumisión, cuando no necesariamente van juntas. Y aunque estas últimas tampoco tengan nada esencialmente malo, simplemente hoy no me gustan, o aún no las exploro en mí.
Evitando la superficialidad y de manera solapada he alejado a mi hija de las Barbies y a mi hijo del fútbol.
Evitando la superficialidad he juzgado duramente las charlas intrascendentes y el color rosa.
Evitando la superficialidad no me miré al espejo por años.
Evitando la superficialidad me privé de admirar la estética de las cosas.
Evitando la superficialidad me alejé del gozo.
Era de aquellas que pensaba que más importante el fondo que la forma…
Y el día que me permití ver y explorar la superficialidad en mí, vi que la superficialidad me conecta con otros. No en vano mi piel es la superficie del cuerpo físico que habito. La piel es aquello que me conecta directamente al mundo exterior, me permite sentir, me permite gozar de mi cuerpo. Mi piel e permite sentir el calor del sol y la caricia del viento. Amo la superficie de mi piel. Amo mi ser superficial.
Y me descubro hoy defendiendo una superficialidad, que estaba siendo juzgada por otros. Entro a leer un escrito donde dicen que ciertas actitudes feministas son más importantes, más empoderadoras que otras. Unas son superficiales (acepto que es mi interpretación) y las otras son “reales”. No entiendo por qué hay que restar valor a la manera en que una mujer se siente empoderada versus las otras.
Y es que hoy no me siento necesariamente empoderada cuando me enseñan herramientas para construir un futuro. En cambio me siento empoderada cuando me permito reconocerme hoy, en el presente, en este instante. Me siento empoderada cuando me permito reconocer mis necesidades, mis deseos, lo que me causa daño o lo que me proporciona placer. Me siento empoderada cuando me permito estar triste o rabiosa, sí es la emoción que hay. No me siento empoderada cuando niego la emoción o trato de cambiarla por otra más «positiva». Me siento empoderada cuando a partir de lo que reconozco en mí, me permito actuar de una manera o de otra. No es menos empoderante elegir cuidar hoy de mi jardín, atendiendo mi necesidad de sentir la tierra, que atender el pendiente explorar una oportunidad de negocios. Por poner un ejemplo.
Pero eso no es lo culturalmente aceptado. Lo culturalmente aceptado es que el verdadero poder está en el movimiento, en la lucha, en la fuerza. “Soy poderoso cuando venzo mis debilidades, cuando construyo mi carácter, cuando aniquilo mis defectos, cuando no muestro mis aspectos vulnerables”. «Soy poderosa cuando hago más, cuando me esfuerzo por acercarme a la perfección, cuando cumplo las metas que me he propuesto, cuando me esfuerzo por ser cada día mejor, o más generadora de riqueza, o más disciplinada, o más _______.»
No pareceque se pueda ser empoderado desde la superficialidad, desde la delicadeza, desde la vulnerabilidad. No consideramos frecuentemente la alternativa de que se pueda estar empoderado simplemente desde el SER.
Y me permito elegir ser poderosa desde la superficialidad, ser poderosa desde la delicadeza, ser poderosa desde la vulnerabilidad. También puedo elegir serlo desde la fuerza, desde la ambición, desde la actividad. Para mí, hoy, no hay empoderamientos mejores que otros. Y nadie tiene derecho a juzgarme como desempoderada porque mi manera de expresar mi poder sea distinta.
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