En estos días me veo soltar el control de maneras que nunca antes lo había hecho. Creo que soltar el control me da serenidad y paz. Me permite permanecer presente, con lo que hay.
En estos días también me observo en aspectos de control, queriendo que el mundo sea diferente a lo que es, que las personas a mi alrededor se comporten diferente a como se comportan, que entiendan las cosas como las entiendo yo y actúen en coherencia.
Y, ¿cómo no querer controlar el mundo cuando un hijo se quiere morir? ¿Cómo no intentar hasta lo imposible por evitarlo? ¿Cómo creer que soy suficiente cuando lo que soy y lo que hago no es suficiente para que él tenga al menos deseos de vivir? ¿Cómo creer así que la experiencia humana es perfecta tal y como es? Y hago lo que está a mi alcance, e intento hasta cambiar el mundo, inútilmente. Es el caos.
El mundo es caos.
Y desde niña tengo problemas para relacionarme con el caos. No me siento con suficientes herramientas.
En el colegio las clases eran predecibles, empezaban a una hora y terminaban 45 minutos después. Se sabía qué día y hora teníamos qué materias. Con bastante certeza se sabía cuando nos iban a evaluar. Eran esquemas controlados. Eso era fácilmente tolerable. Los recreos en cambio eran caos. Sólo sabía la hora de inicio y fin. No sabía a qué jugarían mis compañeros o si podría participar. No sabía si quien me decía algo sobre mi billetera roja, o sobre pedir una Pepsi pronunciando todas las letras me lo decía burlándose o tratando de hacer conversación amigable. Nunca lo supe. Viví en incertidumbre. Nunca entendí para qué se colaban en la fila de la cafetería ni por que debía esperar más que me atendieran que quienes hacían su pedido a gritos. No tenía lógica. Los esquemas de control eran insuficientes. Para mí era intolerable.
Y me imagino que así es la percepción de la vida para mi hijo…. Su sentir debe ser similar a lo que para mí eran los temidos recreos escolares, sólo que 7×24.
Y bailando en estos fines de semana en el intensivo de Río Abierto, me vi en momentos de caos respondiendo a él de distintas maneras. Mi manera habitual es la crítica, el desear que sea diferente, el desear que acabe pronto la incomodidad. Y me vi explorando nuevas maneras, sin que hubiera la búsqueda de hacerlo, sólo pasó. Mientras los demás estaban “como locos” pude observarlos desde mi movimiento, sin (mucho) juicio, con curiosidad. También pude ser “una loca más” entregándome al caos, como el resto. Y finalmente, cuando dentro del mismo caos “los locos” buscaron un orden (bailar en trencito) yo tuve la determinación de romper el orden, de permanecer en caos, de generar caos, de atravesar su trencito. El mismo caos, similar a mi temido recreo escolar, con respuestas diferentes y satisfactorias a nivel de gozo. De esto creo hoy que se trata la libertad.
¿Cómo llevo estas experiencias a mi caos de la vida real?
Lo único que me quedó claro es que todas las respuestas eran válidas. Y en la única que no sentí gozo fue en mi respuesta desde el personaje más habitual frente al caos, el juzgador. Y la alternativa al juzgador, seguir entrenando al observador.
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