Las redes sociales están llenas de indignados. Personas molestas por el comportamiento de otros. Yo en estos días estoy, por ejemplo, indignada con tanta indignación. ?
Se quejan, hacen boicott virtual, matonean en masa a quien piensa diferente, al que se equivoca, o al que hace algo políticamente incorrecto. Se sufre. Se juzga quien es víctima y quien villano. Se acaban amistades, se crean resentimientos, hay desencuentro por aquello que dijiste o dejaste de decir y se interpreta de tal o cual manera.
Los humanos tenemos miedo.
Vivimos a la defensiva. Creemos que es la intención del otro es dañarnos o menospreciarnos. Creemos que es responsabilidad del otro cuidarnos de nuestro dolor, evitárnoslo. Creemos que con nuestra indignación educamos al otro. Creemos que es nuestro deber indignarnos para salvar a los débiles. Y si, en muchos casos la indignación que se deriva en acciones concretas ha logrado que se cambien mundialmente situaciones de injusticia. Pero hoy creo que son más las indignaciones de redes sociales, que se quedan en la crítica o el insulto. Se quedan en la mente, en el lenguaje, en el teclado y no se vuelven acciones asertivas. Estas indignaciones se dan porque es más fácil buscar culpables fuera que mirar dentro. Es más fácil resentirnos que mirar de frente nuestra emoción incómoda y ver qué necesidad insatisfecha nos evidencia. Es más sencillo insultar que darnos cuenta que somos adultos con la capacidad de actuar para cambiar lo que nos molesta.
Es más fácil culpar al otro.
La indignación se me parece a la rabia y la rabia, dice Maria Adela Palcos, es fuerza con impotencia. Si nos quedamos en la indignación virtual es en realidad poca la fuerza que usamos y mucha la impotencia que queda. Acá nuestro cuerpo puede ser un gran aliado. Y creo que por eso son útiles las artes marciales para algunas personas. No tanto por “la filosofía de respeto”, sino que son un medio de expresión de la fuerza de manera consensuada y con consentimiento.
No creo que el avance en el mundo se trate de hacer ver que estamos en lo correcto y ellos no. Por eso me gusta esta frase que ronda en redes sociales:
“No te enojes. A veces el otro no te entiende. Lo explicaste mil veces, pero no lo ve. No es tonto. No es malo. No es indiferente. Es otro.”
Porque se resume en el quizás uno de los pocos conceptos que me gustan de Don Miguel Ruíz (la mayoría de sus palabras son muy “positivistas” para mi gusto). “No te tomes nada personalmente.”
El otro tiene su vida, su historia, sus problemas, sus resentimientos, sus creencias. A veces tiene demasiado dolor para cargar con el tuyo. A veces tiene tanto dolor que cree que si fueras su amigo podrías cargarlo, incluso que es tu obligación cargarlo.
No es malo, es otro.
No te quiere hacer daño. No puede con el propio dolor.
Aún si fuera deliberado, sus palabras no hablan de ti, hablan del él. A lo sumo podemos aclarar nuestra verdad. A lo sumo podemos poner límites. A lo sumo podemos aclarar si esas fueron o no nuestras intenciones. Demasiado sufrimos por interpretaciones que pueden no ser reales.
No evitamos la guerra manteniéndonos en la lucha… Alimentándola.
No vamos al fondo de las diferencias callando al otro o desapareciéndolo.
Cuando nos oponemos a algo es como jugar a jalar la cuerda. La lucha sigue mientras haya quien jale. Irremediablemente se entra en la dinámica de ganar y perder. Muchas veces todos los participantes nos hacemos daño. Todos perdemos algo.
Ojalá pudiéramos ver que mucho de lo que nos molesta del otro es un reflejo de partes nuestras que hemos relegado a la sombra. Ver qué de nosotros mismos esconde la indignación o el resentimiento.
Y si, cuando la lucha nos causa dolor, ¿cambiamos el juego y soltamos la cuerda? ¿Y si en lugar de ganarte te escucho? ¿Y si en lugar de criticarte te veo?
Quizás si reconozco tu humanidad y tu “otredad” podemos encontrarnos.
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