Todo empezó con este radical concepto de aceptación. Entendí que no debo ser distinta a quien soy y experimenté el cambio profundo desde la teoría paradójica del cambio.
Pero ¿en mí eso qué significa? ¿Es válido ser como soy aún con mis «excentricidades»? ¿Con ese no sentir que puedo hacer parte valiosa de la sociedad? ¿Con ese no entender las motivaciones de otros, las preferencias de otros, de la mayoría?
Luego de cuatro décadas de juzgarme y ser juzgada torpe física y socialmente, tímida (que no lo soy), rara, nerd, obsesiva con mis temas de interés, intensa, independiente al extremo no práctico, hipersensible, hiperempática, egoísta, distante, incluso antisocial, encuentro otro concepto: NEURODIVERSIDAD. Las diversas maneras ser percibir el mundo son válidas. No existe un funcionamiento neurocognitivo normal, correcto, o deseable. La normalidad es una construcción arbitraria y todos tenemos derecho a la plenitud de manera independiente a cómo funciona nuestro cerebro sin tener que parecer «normal» para merecerlo.
Descubro que mi manera de percibir el mundo es autista. Parece irónico ¿no? ¡Una Gestaltista identificándose con una etiqueta psiquiátrica! Y es una etiqueta más exacta y menos limitante que todas aquellas con las que me juzgué por décadas, al menos desde el paradigma de la neurodiversidad. Una etiqueta que me da permiso de ser yo, de no tener que ser como la mayoría. Una etiqueta que me permite explorar las infinitas y creativas maneras que puedo ser yo y cumplir mis sueños de manera poco convencional. Una etiqueta que me permite encontrar una comunidad que entiende mis facilidades y dificultades, una tribu para mí y para mi hijo mayor. Una comunidad con la que, desde el movimiento de la neurodiversidad y desde el modelo social de la discapacidad, estamos aprendiendo que se puede ser auténticamente autista y que esto nos permite vidas más dignas, más enriquecedoras, más creativas, menos limitantes. Una vida en que nuestras pasiones no sean juzgadas como «intereses restringidos», donde nuestras sensibilidades puedan ser acomodadas en lugar de juzgadas como patologías. ¿Acaso hay algo más limitante que el concepto de normalidad?
Desde la perspectiva de la mayoría a algunos «casi no se nos nota», entonces ¿no sería más simple «esforzarnos un poco más» para pertenecer, para ganar el permiso de ser incluidos? No para mí. El costo de la no autenticidad ha sido muy alto, el costo del esfuerzo permanente de llevar un disfraz de normalidad ha sido agotador. No lo tolero más. No lo deseo más.
¿Para qué entonces la etiqueta? No sería más sano declarar «yo soy yo» y permitirme ser auténtica sin la supuesta limitación de una etiqueta? No. Porque la etiqueta me permite encontrar personas como yo y permite a personas como yo encontrarme a mi. Y si me encuentran pueden encontrar otra visión del autismo que no es patológica ni médica, la visión desde las aceptación. El paradigma de la neurodiversidad nos permite llegar a la aceptación total de quienes somos, aunque nuestro cerebro funcione diferente. Aunque seamos autistas, o cualquier otra manera en que nuestro cerebro funcione distinto.
¿Y desde acá cómo incluimos a autistas y otras personas neurodivergentes con más necesidades de apoyo? Aceptando que ya son alguien y no necesitan convertirse en alguien más para merecer dignidad y vida. Que requieren apoyos y es importante luchar para que todos tengamos aquello que necesitamos para ser la versión más auténtica de nosotros mismos. Cuestionando que la apariencia de normalidad, ese mítico «que no se note», sea el camino a una vida plena y auténtica y en lugar de ello dar los apoyos terapéuticos, médicos, sociales y sensoriales siempre que respeten quienes ya somos.
Aceptación
on 2017-09-09
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