Otra entrada de “desenmarañar mis marañas”, de ordenar ideas, de entenderme, y de cansancio de que se apeguen a una imagen de mí que no quiero mantener por más de que nombro que no soy esa persona idealizada. Y clarísimo también está que a esa “buena” que tanto me cansa también me hace falta trabajarla en mi proceso personal para que sea más integrada.
No soy de muchas amistades. Y cuando las tengo las considero profundas, intensas. Pocas veces he sido la mejor amiga de alguien y cuando esas amistades han terminado ha sido porque en la confianza elegí mostrar mis defectos y vulnerabilidades. Esta semana también.
Tengo una relación conflictiva con mi sombra y mis más oscuros pensamientos son literalmente mórbidos (quienes hicieron el proceso de la sombra conmigo saben bien que lo es). Reconozco mi oscuridad y no le doy espacio por el temor a que sea demasiado oscura. Las sombras de muchos otros se me hacen light comparadas a las mías, ¿o es que yo tengo menos filtro para nombrar lo mío? No lo sé. ¿O es que para la mayoría es más sombría la traición que la muerte? El haber hablado de esa sombra le ha quitado peso, protagonismo. Hace años que no pienso en desear la muerte de un otro. Ni aún hoy con haters en redes sociales deseándome el mal.
No me considero la buena, la coherente, la sabia, la pacífica, la amable, la conciliadora, etc. Sé que tengo tanto de eso como de lo contrario. Sé que tengo tanto de luz como de sombra, y quizás más de sombra aunque mi automático es mostrar la luz. También hay infinitos colores además de esos blancos y negros.
También tengo apego a la sombra, a entrar en lo profundo, lo feo, lo doloroso, al punto que me molesta describirme y que me describan sólo desde la luz.
Y es un problema cuando tengo la decisión de “venderme”, ser el “producto”, porque lo que expreso en mi blog son más que palabras y contenidos. Soy yo con mis marañas mentales, emocionales, corporales, relacionales -que en realidad no se ajustan tan nítidamente a tan conocidas categorías- tratando de darles forma, o al menos algo de espacio.
Es un alivio cuando me describen como la mala, la hipócrita, la incoherente, la intransigente, la que predica pero no aplica, porque me harta el personaje “bueno”. Porque no lo soy, nunca lo he sido, era la máscara para ser apreciada. Y no puedo ser “yo”, ni auténtica, si luego de 47 años la máscara sigue aún bastante pegada.
Si bien tengo el compromiso profundo con el bienestar -de otros más que el propio- y con el no hacer daño, soy humana y hago daño.
El mayor daño siempre es el autoinfligido… y también hago daño a otros. Y cuando no he sabido poner límites y estos son vulnerados puedo dejar todo filtro. Y el no filtrar mis pensamientos secretos hace daño, pues las personas se sienten engañadas al no ser la imagen de piedra QUE ELLAS CREARON DE MÍ y de la que se considera no tengo permiso de salir.
Y cuando en mi mente ha tenido pensamientos tan oscuros y tan dañinos, incluso de destrucción mundial, el pensamiento de “en realidad no confío en tí y tengo buenos motivos para no hacerlo” se me hace un pensamiento light entre las oscuras complejidades que hay en mi sombra, aunque sea el que más daño hace.
¿El resto de personas confían 100% en algún otro? También lo dudo.
En mi proceso de la sombra pensaba el título de la película sobre Sor Juana Inés de la Cruz “Yo, la peor de todas”, para describirme. En estos días de desamistad lo pensaba nuevamente, y hace un rato que vinieron a recordarme lo mala que soy lo pensé otra vez (esta última vez con algo menos de dramatismo, quizá por de quién vino).
Mi polaridad confianza-desconfianza es compleja y para nada integrada sin ser tampoco opuestos irreconciliables. Escribir en un blog que he tenido ideas de destrucción mundial, hablar con perfectos desconocidos mis más profundas vulnerabilidades, mis más profundos miedos, mis peores defectos, me es bastante fácil.
También hay quizás ingenuidad en mi confianza: Creo que la mayor parte de personas tienen buenas intenciones, y cuando deliberadamente hacen daño lo creen que lo hacen por proteger al mundo de lo que consideran inmoral, o en defensa propia.
Y creo también que los seres humanos no somos estáticos y podemos cambiar y elegir no hacer daño, reinventarnos desde alternativas menos violentas.
No es fácil, no es ni de cerca en la mayoría de personas, y si es que se generaliza va a ser en más de unas cuantas generaciones (si es que la contaminación y la violencia no me cumplen antes mi sombrío deseo de los días de desesperanza).
No tengo claro qué características de las personas me permiten acercarme a unas y a otras no si a ambas les veo violentas. Es un feeling, al que a veces traiciono y me arrepiento de traicionar. Temo rechazar a las personas por intuiciones mientras aún no me brindan motivos racionales. Quizás debería hacer caso a mi intuición un poco más.
Y luego está mi desconfianza…
Siempre que he tenido parejas, amistades y hasta vínculos terapéuticos tengo la casi seguridad que no serán por mucho tiempo.
Por un lado es por mi arrogancia, tanto positiva (merezco ser bien tratada, juzgo casi cualquier cosa como maltrato, y si algo se rompe me es muy difícil reestablecer el contacto) como negativa (soy tan rara que nadie me puede entender, acompañar, apoyar, pues mis temas, mis marañas, son muy, muy específicos). ¿Egoísmo? ¿Desapego? ¿Miedo? Miedo, uff… mucho miedo e inseguridad en las relaciones… Y también acá hay profecías autocumplidas por montón..
Y yo me cuido, y mucho, de causar daño. Y protejo con celo a las personas de mi parte oscura. Tengo un profundo compromiso con la no violencia. Y aún no sé poner límites asertivos y al mismo tiempo mostrarme en mi más completa humanidad.
Porque no, no soy la buena. ¿cuantas veces lo tendré que decir?

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